Ya no se trata sólo de la instalación de estos dispositivos en zonas estratégicas o muy particulares, como sucedía antes, sino que su uso se expande también hacia sectores más alejados de la ciudad, nuevos espacios públicos o privados y, lo más importante, con las más diversas aplicaciones.
Eficiencia, automatización e inteligencia son las palabras que mejor describen el contexto en donde se da la mezcla y masificación de las soluciones de seguridad con las cámaras de próxima generación: las smart cities. Para quienes no hayan escuchado hablar del concepto aún, basta decirles que se trata de una transformación que afectará la vida urbana en todos sus aspectos.
Las smart cities hacen referencia a la automatización y digitalización a gran escala de servicios y procesos que se realizan cotidianamente en las grandes ciudades y que tienen como resultado el mejoramiento de la calidad de vida de las personas. La base tecnológica de esta transformación tiene que ver con la denominada Internet de las Cosas (IoT), caracterizada por la irrupción de dispositivos y sensores conectados a la Red presentes en todo tipo de objetos a nuestro alrededor, con la capacidad de enviar información en tiempo real para, por ejemplo, mejorar el flujo del tránsito, el transporte público y el uso de energía, entre muchos otros beneficios.
En efecto, en las smart cities estas soluciones consideran software y aplicaciones avanzadas basadas en información proveniente de otros dispositivos interconectados o bases de datos para, en conjunto, contribuir a resolver problemáticas de organizaciones o de ciudades, en donde, como vemos cotidianamente, la seguridad no sólo es una preocupación más, sino la más importante y trascendente en los medios de comunicación.
Sabemos bien que la videovigilancia es imprescindible en las grandes ciudades, pero la evolución de la urbe forzará, tarde o temprano, a tener presente que hay que redoblar la apuesta. Esto significa que, en el contexto de la IoT y de las smart cities, existe la obligación de que los organismos públicos y las autoridades den hoy una mirada más amplia sobre lo que entienden como videovigilancia. Debe comprenderse que no sólo hay que renovar los equipos analógicos en forma urgente, sino que también hay que diseñar y planificar una infraestructura tecnológica ad hoc que permita capitalizar sus ventajas en distintos niveles y escalas, de manera que la solución evolucione en la medida que sea necesario. Estamos hablando de contar con alta conectividad y creciente o escalable capacidad para el procesamiento, almacenamiento y análisis de datos, y todo en tiempo real.
En esa mirada hay que considerar, además, el registro de calidad de las imágenes y de los eventos cotidianos, así como también la adopción de herramientas analíticas de video que ofrecen un plus para alertas automatizadas que gatillen acciones, como sucede con el reconocimiento de personas específicas, su conteo o detección de movimientos, o bien, para el tracking e identificación remota de vehículos, por dar un par de ejemplos.
El principal cambio conceptual en ese sentido es el entendimiento de que una ciudad no puede ser inteligente antes de resolver la cuestión de la seguridad. Los ciudadanos esperan hoy poder tener pruebas de infracciones, pero pronto esperarán que la policía identifique a los sospechosos automáticamente a través de las imágenes; que se sepa el trayecto de un vehículo recién-robado gracias al reconocimiento de patentes en tiempo real; que se pueda predecir el horario y las áreas donde hay más probabilidad de que se ocurra un crimen.
Ese nuevo concepto de videovigilancia convierte la cámara en un dispositivo de captura de datos, que se cruzan con otros datos en un sistema inteligente en favor de la población. Dotar a las grandes urbes de automatización e inteligencia con dispositivos interconectados analizando datos y videos de alta calidad, y en tiempo real, debe ser el horizonte al que debemos mirar desde hoy.
Por Andrei Junqueira, Gerente de Ventas y Nuevos Negocios de Axis Communications