En un artículo de opinión publicado recientemente por The Guardian, Flavia Kenyon, integrante del Consejo Consultivo Cibernético del Reino Unido y de la Alianza Global de Ciberseguridad, así como abogada y experta en derecho cibernético en The 36 Group de Londres, escribe que “el ciberespacio es un enorme desorden no regulado. Un lejano oeste virtual en el que sofisticadas bandas criminales operan junto a empresas multinacionales, agencias de espionaje, activistas, celebridades influyentes y Estados nacionales. La cuestión de quién lo gobierna es una de las más importantes de nuestro tiempo”.
Según Kenyon, en la actualidad se están utilizando sofisticados programas maliciosos a una escala inimaginable en ataques de ransomware dirigidos a infraestructuras nacionales, como el operador de oleoductos estadounidense Colonial el mes pasado o el NHS en 2017.
Kenyon también menciona que Dominic Raab, el ministro de Asuntos Exteriores y “lo más parecido que tiene el Reino Unido a un ministro cibernético”, manifestó en mayo durante una cumbre cibernética celebrada en Londres “su determinación de convertir a Gran Bretaña en una superpotencia tecnológica global, que proteja a los países más vulnerables del mundo”. Raab habría dicho que Gran Bretaña debe ayudar a dar forma al ciberespacio y evitar que China, Rusia y otros países “llenen el vacío multilateral”. Ese vacío, según la experta, es la batalla invisible por el control del ciberespacio y el imperativo ideológico de que las democracias liberales salgan triunfantes.
Luego continúa diciendo que como parte de tal cometido, Raab anunció una inversión de 22 millones de libras en un centro de operaciones cibernéticas financiado por Gran Bretaña en África, con la esperanza de que el continente pueda ser atraído a convertirse en un aliado cibernético. “La mala noticia es que África ya ha encontrado un socio. Lleva décadas recibiendo inversiones chinas”, escribe Kenyon, agregando que “mientras escribo estas líneas, Beijing planea tender cables submarinos a lo largo de las costas occidentales y orientales de África para proporcionar acceso a Internet a pueblos y aldeas hasta ahora descuidados. La conectividad suena a progreso, y muchos en África están comprensiblemente satisfechos”.
“Pero he aquí el problema”, explica la experta, “los chinos están construyendo su propia Internet, en una potencial fragmentación que se ha denominado ‘splinternet’, o Internet balcanizada; un ciberespacio alternativo en el que Gran Bretaña ni siquiera se asoma, a menos que sea invitada. Es probable que muchos países en desarrollo se apunten a ella”.
Según Kenyon, la versión china del ciberespacio estaría separada y sería ideológicamente distinta. “Beijing no está interesado en mejorar la actual Internet de forma interoperable y abierta, ni en ayudar al mundo a ser más resistente a los ciberataques. Se dedica a crear una arquitectura digital completamente diferente, con su propia gobernanza y valores ideológicos, incompatibles con los nuestros”.
“En la construcción de esta arquitectura, los chinos han recurrido, sorprendentemente, a una tecnología amante de la libertad: el blockchain. Es una palabra que desconcierta a mucha gente. Pero no es más que una red digital descentralizada formada por bloques de datos almacenados en nodos, y todas nuestras computadoras portátiles podrían ser nodos enlazados en una cadena, lo que significa que todos estamos conectados sin censura ni interrupción”, escribe la experta en derecho cibernético.
“Se supone que parte del atractivo de blockchain es que se trata de un sistema entre iguales, sin intermediarios y, sobre todo, sin poder central. Pero China planea subvertir esto porque el Estado chino sería el dueño de la cadena de bloques y tendría a sus agentes operando cada nodo. El partido comunista chino tendría el poder de supervisar cada comunicación a perpetuidad”, señala.
Luego de señalar que blockchain se convertiría en un dispositivo de seguimiento superpotente y en un almacén de datos a una escala inimaginable, plantea la siguiente interrogante: ¿Cómo va a ayudar el cibercentro africano de Gran Bretaña a evitar todo eso?
“Cualquier país que se adhiera a la red de China expondría con toda seguridad a su población a los mismos niveles de control estatal. Para algunos líderes, esto se toleraría como un subproducto de la benevolencia tecnológica de China, ya que Beijing reparte Internet gratis a África. Para otros, sería bienvenida como una oportunidad para subyugar a su propio pueblo. En efecto, anunciaría el comienzo de una nueva división al estilo de la Guerra Fría, no entre Oriente y Occidente, sino entre una Internet abierta y libre, y otra utilizada para controlar y oprimir”, señala Kenyon.
“Es una visión sombría, pero que China parece estar abrazando con determinación. Otra manifestación es su potencial de vigilancia fiscal, a través de su nueva moneda digital, el yuan digital respaldado por el Estado y controlado por el Banco Popular de China”, concluye señalando Flavia Kenyon, integrante del Consejo Consultivo Cibernético del Reino Unido y de la Alianza Global de Ciberseguridad.