Auge para el sabotaje informático

Los ataques de virus informáticos de alcance mundial como ILOVEYOU y mutaciones posteriores, sumados a las frecuentes embestidas de hackers, constituyen sólo el comienzo de un nueva modalidad delictiva de proporciones insospechadas: el terrorismo informático.

Aunque los ataques de virus informáticos o las actividades de los hackers causan daños enormes a los afectados, las pérdidas se han medido hasta ahora en términos económicos; es decir, no ha habido pérdidas de vidas humanas.

Sin embargo, el panorama político mundial y el endurecimiento del modus operandi de los delincuentes internacionales hacen suponer que es sólo cuestión de tiempo antes de que se tenga noticia de algún acto que ponga en verdadero peligro o incluso acabe con vidas humanas.

A modo de ejemplo ¿qué pasaría si un capitán de avión comercial ve que repentinamente todos sus instrumentos dejan de funcionar, o muestran altitud, velocidad y posición equivocadas?. Qué ocurriría en una sala de operaciones si, en medio de una intervención quirúrgica, todos los monitores se apagan?. Tales descripciones se asemejan bastante a los presagios que circulaban en torno a la denominada bomba del milenio, que resultó no ser tal.

Sin embargo, el sabotaje informático es un hecho tangible, motivado deliberadamente por personas y no por errores de código.

La situación es observada por preocupación especialmente en el mundo desarrollado y, en especial, por superpotencias como Estados Unidos, que ven como algunos cerebros del denominado Tercer Mundo están en condiciones de causarles, en un instante, pérdidas multimillonarias con la mera difusión de código maligno, como fue el caso del estudiante filipino Onel Guzmán y su virus ILOVEYOU.


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