Aumentar el teletrabajo conlleva decisiones en el ámbito de la empresa que pueden influir de forma positiva o negativa en el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero.
Durante el 2021, el 17,6 % de las personas empleadas de entre 16 y 74 años teletrabajó, principalmente en los sectores de las tecnologías digitales y las actividades profesionales científicas, técnicas y financieras. Este cambio de hábito laboral ha permitido a los trabajadores mejorar la conciliación entre vida personal y laboral y aprovechar más el tiempo. Actualmente, expertos internacionales se plantean si, más allá de estos beneficios personales, este cambio tendrá un impacto positivo o negativo desde el punto de vista medioambiental. La respuesta es compleja y depende de muchos factores.
En general, de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), las personas que quieren trabajar a distancia destacan como punto más positivo que el teletrabajo evita desplazamientos, facilita la gestión del tiempo de trabajo, hace posible la conciliación con la vida personal y permite aprovechar más el tiempo.
Para analizar el impacto que estos cambios de hábitos de los teletrabajadores tienen sobre el medioambiente, es interesante consultar un informe de Eurofound publicado recientemente, que destaca que la evaluación de los beneficios medioambientales del teletrabajo es una tarea compleja, porque aumentar el teletrabajo supone una serie de cambios en las vidas y las actividades cotidianas de los individuos, y conlleva decisiones en el ámbito de la empresa que pueden influir de forma positiva o negativa en el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero.
Estos son algunos de los factores que más pueden influir en el balance final:
- La frecuencia del teletrabajo (uno o dos días a la semana, o más habitualmente).
- La distancia recorrida y la duración del viaje (muy corta, mediana o larga).
- La intensidad de emisión del medio de transporte utilizado (por ejemplo, carro diésel o gasolina, vehículo eléctrico o transporte público).
- La ocupación del carro durante los desplazamientos (si solo va el conductor o si es un vehículo compartido).
En función de cómo se combinen estos factores, se producirán impactos ambientales diferentes. Es evidente, por ejemplo, que quien teletrabaje más frecuentemente generará menos emisiones de gases de efecto invernadero que quien viaje solo en auto (de gasolina o diésel) y recorra una larga distancia.
Sin embargo, el teletrabajo también tiene posibles impactos negativos: el más evidente —que contrarresta, en parte, los beneficios de la reducción de los viajes— es el aumento del uso de energía en los hogares, dado que los teletrabajadores tienen más necesidad de calefacción, refrigeración, iluminación, internet, cocina, material de oficina, etc. Además, la posibilidad de aprovechar el teletrabajo y evitar los viajes algunos días a la semana podría hacer que los trabajadores estuvieran más dispuestos a aceptar una mayor distancia los días que van a la oficina. Esto podría llegar a compensar el ahorro de emisiones que habrían conseguido los días de teletrabajo.
Con los datos en la mano, además, el teletrabajo no pasa por su mejor época: las cifras logradas durante el confinamiento han disminuido notablemente. En 2021, el 17,6 % de las personas empleadas de 16 a 74 años teletrabajó, de acuerdo con la Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de información y comunicación en los hogares. Esta cifra es superior a la registrada antes de la pandemia, pero es necesario destacar que a lo largo del año el teletrabajo fue disminuyendo gradualmente, tanto en la modalidad habitual como en la modalidad ocasional. Existen doce millones de personas (el 65 % de la población empleada) con un empleo que no les permite teletrabajar, bien porque se trata de un trabajo de producción de bienes materiales —como la agricultura, la industria manufacturera o la construcción— o bien porque es un sector en el que prevalece la atención física al público —como la hostelería y el comercio. Así pues, deberíamos preguntarnos si, en el caso del medioambiente, el 17 % de la población (o menos) puede contrarrestar el impacto negativo de la mayoría de los trabajadores o hacer que las mejoras sean significativas.
Cambio de vida, cambio de vivienda
A raíz de la pandemia, algunas voces empezaron a hablar de cambio de residencia: la gente dejaba la ciudad para ir a vivir en un entorno rural. Parecía que, quizás, llegaba una nueva época dorada para los pueblos. Una vez más, la realidad es compleja. Los datos de la encuesta nacional de trabajo a distancia realizada en Irlanda en abril de 2021 muestran que el 8 % de los encuestados ya se habían trasladado a otras zonas del país por su experiencia de teletrabajo durante el brote de COVID-19, mientras que un 24 % consideraba la reubicación. La mayor proporción de estos últimos encuestados eran residentes en la región de Dublín, lo que podría apuntar en esta línea. Según la Estadística de variaciones residenciales del INE, en 2020 pueden observarse algunas alteraciones respecto a los cuatro años anteriores a la pandemia: hay un descenso del movimiento en las ciudades y un aumento de las salidas hacia entornos rurales. Según el estudio Cambios de residencia en tiempos de COVID-19: un poco de oxígeno para el despoblamiento rural, publicado en la revista Perspectives Demogràfiques, del Centro de Estudios Demográficos, sin embargo, la mayor parte de las migraciones internas fueron entre ciudades, igual que antes de la pandemia, y todo apunta que se trató de un hecho coyuntural de ámbito estatal.
Por Eva Rimbau, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC y experta en recursos humanos y teletrabajo