El precio de IoT será un vago temor a un mundo maligno

Opinión: Volkswagen no fabricó un coche defectuoso; lo programó para engañar de forma inteligente.

El analista Marcelo Rinesi, subdirector del Instituto de Ética y Tecnologías Emergentes (IEET), traza paralelos entre el fraude de Volkswagen y la demonología aplicada.

“La aplicación de normativas presupone que los humanos no son confiables, pero que viven en un universo confiable”, escribe Rinesi señalando que la gente cae en la tentación de mentir si cree que los beneficios superan a los riesgos. Sin embargo, lo anterior no es aplicable a los objetos, propone el autor, quien señala: “Si se intenta probar la eficiencia energética de una lámpara, siempre se obtendrá una respuesta honesta de esta; los objetos fallan, y a veces se comportan de manera impredecible, pero no son estratégicos – no acomodan su comportamiento de manera dinámica con el fin de engañar. La materia en sí no es mala”.

Rinesi continua señalando que el panorama anterior cambia cuando las cosas incorporan software, ya que en el software es posible codificar estrategias al estilo de los juegos, de la misma forma en que es posible codificar otras formas de matemáticas aplicadas. “Así las cosas, la tentación de enseñar a los productos a mentir estratégicamente será igualmente imposible de resistir para algunas empresas, como lo fue para Volkswagen, sin importar el severo castigo que se arriesgue”, escribe el autor, agregando que siempre ha sido así, y seguirá ocurriendo, en el área del fraude financiero, que sólo va a encontrar formas de hacerlo mejor”.

A juicio de Rinesi, el área de la regulación ambiental es un ámbito evidente para “hacer trampa estratégica rentable”. Sin embargo, hay otras áreas atractivas para el fraude, como el software de conducción autónoma de vehículos, el televisor o incluso la báscula de baño, objetos que subrepticiamente podrán instalar actualizaciones de software, que conviertan al objeto en un discreto espía que transmite al proveedor información del usuario mediante canales ocultos. Según el analista de IEET, este es uno de los aspectos siniestros de Internet de las Cosas, que a nadie le gusta contemplar, porque sería desastroso. “Asimismo, en un mundo donde cada dispositivo interactúa con otros objetos, que a su vez dependen de una miríada de cosas, los productos de una compañía podrían degradar el rendimiento de un producto de la competencia – pero claro, sería cuando las autoridades no estén prestando atención”.

“La vulnerabilidad intrínseca de nuestro marco legal es que las normas técnicas deban ser definidas con precisión para que puedan ser justas. Esto se debe a que las reglas presuponen un universo mecánico, no uno integrado por el objetos cuyo software pueda ser actualizado con nuevas mentiras cada vez que las autoridades reguladoras diseñen un nuevo test”, indica Marcelo Rinesi.

El subdirector del IEET indica que esta situación, en realidad, no es nueva, trazando un paralelo con las computadoras personales: “Es algo parecido a lo que cualquier usuario de computadora ha podido ver; es un dispositivo bastante impredecible, repleto de programas que nunca instaló, haciendo cosas que nunca autorizó, y que benefician a compañías de las que nunca ha escuchado hablar; ineficientes en el mejor de los casos, o activamente malignas en el peor de ellos”.

Según el pronóstico del autor, los automóviles, la iluminación de las calles, e incluso los edificios podrían comportarse a futuro de la misma forma vagamente sospechosa: “¿Su coche autónomo está deliberadamente bajando la velocidad para dar prioridad a los modelos más costosos?”. El autor se plantea además la posibilidad de que un televisor, programado para utilizar la cámara únicamente para recibir comandos mediante gesticulación, comience a ofrecer descargas de productos de Disney cuando los niños están sentados frente al aparato.

Rinesi advierte que aunque ninguno de estos procedimientos será legal, su rentabilidad hará que las empresas ignoren las leyes, procurando activamente ocultar sus actividades ilícitas con el fin de frustrar las posibilidades de detección y sanción.

“Una enseñanza que nos han dejado un par de siglos de fraude financiero, es la reincidencia, donde las empresas caen en la tentación una y otra vez, sin importarles la suerte corrida por sus predecesores”, concluye señalando Marcelo Rinesi, subdirector del IEET.


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