Y es que el fundador de Apple, que acaba de partir con apenas 56 años, era un visionario, un líder. Para algunos, de hecho, un verdadero genio que fue capaz de cambiar el mundo, no sólo para quienes estamos en el área de las tecnologías de la información y comunicaciones, sino para todos. Sí, para todos aquellos que a diario nos comunicamos a través de uno de los inventos más increíbles de la historia de las comunicaciones, como lo es el iPhone, que ya va en su versión 4S, recientemente lanzada, acto al cual Jobs, de hecho, ya no pudo asistir, como estaba acostumbrado a hacerlo desde que se hizo su primer lanzamiento hace ya cuatro años.
Jobs se implicó a tal nivel en el diseño y desarrollo de los productos de la compañía que dirigía que no sólo tuvo la visión de crear un dispositivo revolucionario, sino además creó una marca de culto y de vanguardia que a pesar de los embates del mercado ha salido adelante muy fortalecida. Nos deja una lección muy importante de compromiso y de involucramiento, más allá de los cargos.
Steve Jobs abandonó sus estudios para dedicarse completamente a su propio emprendimiento: Apple. Era 1976 y la leyenda cuenta que para empezar sólo tenías tres cosas: un garaje en Mountain View, su partner Steve Wozniak y muchas ganas de trabajar. Ni la salida al mercado de Microsoft, en los 80 fue impedimento para que él continuara y llegara a creaciones tan impresionantes como los iMac y los iPod, posicionando a Apple como una de las compañías más importantes y rentables del sector.
Jobs no sólo deja un patrimonio que, según los cálculos de la revista Forbes, alcanza los 5.100 millones de dólares. Más allá de eso, ahora, su visión y perseverancia son su mayor patrimonio, su legado, un ejemplo para las nuevas generaciones de emprendedores y para quienes aspiramos a concretar nuestros sueños.
Por Diego González, CEO de Defontana